Andrés fue a recibir a su primo Manuel, quien llegó de La Paz, Baja California Sur. Después de darle un fuerte abrazo, Andrés le dijo a su pariente: —Ponle patas al asunto, si no, no vamos a llegar a nuestra cita en el restaurante argentino. Manuel, sin entender claramente lo que le decía Andrés, sólo respondió: —Ok, vato. El otro sólo lo vio con cara de duda, pero tampoco preguntó nada. Siguieron su camino, pero Manuel, no acostumbrado al acelere de la ciudad, iba muy tranquilo, hasta que de nuevo Andrés le dijo: —Ya te dije, papá, que si no le metes velocidad a tus rieles no vamos a llegar. Manuel, sorprendido, se preguntó en qué momento cambiaron de parentesco. Se suponía que Andrés era su primo porque su mamá era hermana de su papá; pero con la prisa que Andrés tenía por llegar a la cita, ni tiempo le dio de preguntarle por qué ahora lo llamaba papá. Así continuaron su camino, hasta que por fin llegaron al restaurante en que tenían que entrevistarse con un argentino que le daría un trabajo a Manuel. Cuando entraron al restaurante, lo primero que dijo el argentino fue: —Che, han llegado tarde, pero sentate, Manuel, y también vos, Andrés. Manuel ya no entendía nada. ¿Qué era eso de que este señor les dijera che? Y pensó que esa palabra quizá significaba algo desagradable. “Este vato me grosereó”, se dijo. Ya sentados, el argentino preguntó: —Boludo, ¿qué querés comer? Manuel siguió pensando que ese señor era un grosero, pues creyó que le estaba diciendo que estaba gordo. Pensó entonces que lo mejor era no trabajar con él, pues si así lo trataba sin conocerlo, qué confianzas se tomaría si es que trabajaba para él. Llegó el mesero con la carta y Manuel leyó: Churrasco con papas fritas. Chistorra con queso. Choripán en baguette. Vino. Agua embotellada. Refrescos. El pobre Manuel no sabía qué pedir; desesperado ante tantas palabras desconocidas, tomó sus cosas y le dijo a su primo que sería mejor verse en otra ocasión, porque se sentía mal. Andrés y el argentino quedaron sorprendidos, pero respetaron la decisión de Manuel.
B3 Lectura 1
Mezquindad fraternal
Por Enrique Serna
Entre las repúblicas literarias de lengua española existe una guerra fría disfrazada
de fraternidad. Por el gran poder económico de la industria editorial ibérica, los
editores de la madre patria tienen una cuota excesiva de poder cultural, pues no
sólo deciden lo que se debe leer en su país, sino en las viejas colonias de ultramar.
Tanto ellos como los periodistas culturales y los críticos literarios suelen utilizar ese
poder con fines proteccionistas. En un encuentro literario en Barcelona tuve que
rebatir a un editor cuando afirmó que los autores latinoamericanos buscábamos
“validar nuestras obras en España”. Le dije que nuestras obras se validaban en su
país de origen, pues ya no estábamos en los tiempos del virreinato, pero muchos
autores tenían que pasar la difícil aduana del mercado español para poder difundirlas
en los demás países de habla hispana. Como resultado de esta política editorial,
en la actualidad hay narradores latinoamericanos mejor conocidos en Francia, en
Italia o en Alemania que en el resto del mundo hispanohablante. La desigualdad
de oportunidades se agrava si tomamos en cuenta los gustos literarios del español
común. De un tiempo para acá, el gran público peninsular, económica y psicológicamente
integrado a la Comunidad Europea, ha vuelto la espalda a América Latina,
como los ganadores de la lotería que rompen con sus viejas amistades pránganas
al ascender en la escala social. Juan Goytisolo fue uno de los primeros en dar la
voz de alarma: “En nuestro país de nuevos ricos, de nuevos hombres libres y de
nuevos europeos –escribió en 1989–, la clase política no ha sabido aclimatar una
cultura moral ni promover un civismo susceptible de contrabalancear la ignorancia
y el desprecio del otro.” Tal vez ahora, con el 20 por ciento de la población activa
en el desempleo, la sociedad española vuelva a estrechar lazos con sus parientes
pobres.
Por un efecto de boomerang, la mezquindad intelectual empobrece a los países
ninguneadores más que a los ninguneados. Hace poco descubrí Leopardo al sol
de Laura Restrepo, sin duda la mejor novela sobre el narcotráfico escrita en lengua
española. Con una suntuosidad verbal que nunca decae y una formidable destreza
para dosificar la poesía coloquial sin entorpecer el desarrollo de la trama, en esta
novela trepidante y a la vez dolorosa la Restrepo logró humanizar el infierno de los
bajos fondos y elevar a los personajes de nota roja a la categoría de héroes trágicos.
García Márquez la elogió en su momento, pero cuando apareció en la editorial
Anagrama, en 1989, yo no supe de su existencia. Si algunos ejemplares llegaron
a México nadie la reseñó en revistas y suplementos. Tras haber obtenido el premio
Alfaguara con Delirio, (otra novela magnífica) la Restrepo ya tiene en México
un público en expansión que le ha permitido reeditar sus obras anteriores. Pero
me parece un escándalo que hayamos tardado casi veinte años en descubrir una
novela tan importante y significativa en un país “colombianizado” por el imperio del
crimen. ¿Cuántos libros valiosos de literaturas consanguíneas estaremos ignorando
porque nadie nos da el pitazo? No debería extrañarnos que en otros países hermanos
la literatura mexicana padezca los mismos desaires injustos que nosotros
cometemos a diario.
Serna, Enrique, 2011, Mezquindad fraternal, en Letras Libres, disponible en
www.letraslibres.com/revista/columnas/mezquindad-fraternal
(Consulta: 24 de septiembre de 2013) (Fragmento).
B3 Lectura 2
Víctor Frankl (1905-1998)
Víctor Emil Frankl nació en Viena el 26 de marzo de 1905. Desde muy joven se interesó en la psicología y en 1930, luego de obtener su doctorado en medicina, fue asignado a una sala clínica dedicada al tratamiento de mujeres con instintos suicidas. Cuando los nazis llegan al poder en 1938, Frankl asume el cargo de Jefe del Departamento de Neurología del hospital Rothschild, el único hospital judío en los primeros años del nazismo. En 1942, tanto Frankl como sus padres fueron deportados a un campo de concentración llamado Theresienstadt, cerca de Praga. Frankl sobrevivió al Holocausto, incluso tras haber estado en cuatro campos de concentración distintos de 1942 a 1945. Sin embargo, tanto sus padres como su esposa y familiares, murieron en los campos de exterminio. Por otra parte, y debido al sufrimiento de este psicólogo durante su reclusión, Frankl desarrolló un acercamiento revolucionario a la psicoterapia conocido en la actualidad como logoterapia. Frankl regresó a Viena en 1945, y se convirtió en Jefe del Departamento de Neurología del Vienna Polyclinic Hospital, puesto que mantendría durante 25 años. Asimismo, fue profesor tanto de neurología como de psiquiatría y publicó 32 libros sobre distintos temas entre los que figura el análisis existencial y la logoterapia, además de ser traducidos a más de 20 idiomas. Por otra parte, obtuvo más de 25 doctorados honorarios otorgados por distintas universidades de Europa y América. A partir de 1961, Frankl impartió clases en distintas universidades de Estados Unidos como la Universidad de Harvard, Stanford, Dallas, Pittsburg y San Diego. También obtuvo el premio Oskar Pfister que otorga la Sociedad Americana de Psiquiatría, entre otros. Frankl dio clases en la Universidad de Viena hasta los 85 años de edad, era un hombre activo que gustaba de escalar montañas y, por si fuera poco, obtuvo su licencia como piloto aviador a los 67 años. Víctor Emil Frankl murió de un paro cardiaco el 3 de septiembre de 1997; le sobrevivieron su esposa Eleonore y su hija, la doctora Gabriele Frankl-Vesely.
Disponible en www.psicologiaonline.com/ebooks/personalidad/frankl.htm (Consulta: 4 de octubre de 2010).
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