Tercer
Acto
Escena IV
HAMLET, OFELIA
Hamlet: Ser,
o no ser, ésa es la cuestión. ¿Cuál es más digna acción del ánimo, sufrir los
tiros penetrantes de la fortuna injusta, u oponer los brazos a este torrente de
calamidades, y darlas fin con atrevida resistencia? Morir es dormir. ¿No más?
¿Y por un sueño, diremos, las aflicciones se acabaron y los dolores sin número,
patrimonio de nuestra débil naturaleza?... Este es un término que deberíamos
solicitar con ansia. Morir es dormir... y tal vez soñar. Sí, y ved aquí el
grande obstáculo, porque el considerar que sueños podrán ocurrir en el silencio
del sepulcro, cuando hayamos abandonado este despojo mortal, es razón harto
poderosa para detenernos. Esta es la consideración que hace nuestra infelicidad
tan larga. ¿Quién, si esto no fuese, aguantaría la lentitud de los tribunales,
la insolencia de los empleados, las tropelías que recibe pacífico el mérito de
los hombres más indignos, las angustias de un mal pagado amor, las injurias y
quebrantos de la edad, la violencia de los tiranos, el desprecio de los soberbios?
Cuando el que esto sufre, pudiera procurar su quietud con sólo un puñal. ¿Quién
podría tolerar tanta opresión, sudando, gimiendo bajo el peso de una vida
molesta si no fuese que el temor de que existe alguna cosa más allá de la
Muerte (aquel país desconocido de cuyos límites ningún caminante torna) nos
embaraza en dudas y nos hace sufrir los males que nos cercan; antes que ir a
buscar otros de que no tenemos seguro conocimiento? Esta previsión nos hace a
todos cobardes, así la natural tintura del valor se debilita con los barnices
pálidos de la prudencia, las empresas de mayor importancia por esta sola
consideración mudan camino, no se ejecutan y se reducen a designios vanos.
Pero... ¡la hermosa Ofelia! Graciosa niña, espero que mis defectos no serán olvidados
en tus oraciones.
Ofelia: ¿Cómo
os habéis sentido, señor, en todos estos días?
Hamlet: Muchas
gracias. Bien.
Ofelia: Conservo
en mi poder algunas expresiones vuestras, que deseo restituiros mucho tiempo
ha, y os pido que ahora las toméis.
Hamlet: No,
yo nunca te di nada.
Ofelia: Bien
sabéis, señor, que os digo verdad. Y con ellas me disteis palabras, de tan
suave aliento compuestas que aumentaron con extremo su valor, pero ya disipado
aquel perfume, recibidlas, que un alma generosa considera como viles los más
opulentos dones, si llega a entibiarse el afecto de quien los dio. Vedlos aquí.
Hamlet: ¡Oh!
¡Oh! ¿Eres honesta?
Ofelia: Señor...
Hamlet: ¿Eres
hermosa?
Ofelia: ¿Qué
pretendéis decir con eso?
Hamlet: Que
si eres honesta y hermosa, no debes consentir que tu honestidad trate con tu
belleza.
Ofelia: ¿Puede,
acaso, tener la hermosura mejor compañera que la honestidad?
Hamlet: Sin
duda ninguna. El poder de la hermosura convertirá a la honestidad en una
alcahueta, antes que la honestidad logre dar a la hermosura su semejanza. En
otro tiempo se tenía esto por una paradoja; pero en la edad presente es cosa
probada... Yo te quería antes, Ofelia.
Ofelia: Así
me lo dabais a entender.
Hamlet: Y
tú no debieras haberme creído, porque nunca puede la virtud ingerirse tan
perfectamente en nuestro endurecido tronco, que nos quite aquel resquemor
original... Yo no te he querido nunca.
Ofelia: Muy
engañada estuve.
Hamlet: Mira,
vete a un convento, ¿para qué te has de exponer a ser madre de hijos pecadores?
Yo soy medianamente bueno; pero al considerar algunas cosas de que puedo
acusarme, sería mejor que mi madre no me hubiese parido. Yo soy muy soberbio,
vengativo, ambicioso; con más pecados sobre mi cabeza que pensamientos para
explicarlos, fantasía para darles forma, ni tiempo para llevarlos a ejecución.
¿A qué fin los miserables como yo han de existir arrastrados entre el cielo y
la tierra? Todos somos insignes malvados; no creas a ninguno de nosotros, vete,
vete a un convento... ¿En dónde está tu padre?
Ofelia: En
casa está, señor.
Hamlet: Sí,
pues que cierren bien todas las puertas, para que si quiere hacer locuras, las
haga dentro de su casa. Adiós.
Ofelia: ¡Oh!
¡Mi buen Dios! Favorecedle.
Hamlet: Si
te casas quiero darte esta maldición en dote. Aunque seas un hielo en la
castidad, aunque seas tan pura como la nieve; no podrás librarte de la
calumnia. Vete a un convento. Adiós. Pero... escucha: si tienes necesidad de
casarte, cásate con un tonto, porque los hombres avisados saben muy bien que
vosotras los convertís en fieras... Al convento y pronto. Adiós.
Ofelia: ¡El
Cielo, con su poder, le alivie!
Hamlet: He
oído hablar mucho de vuestros afeites y embelecos. La naturaleza os dio una
cara y vosotras os hacéis otra distinta. Con esos brinquillos, ese pasito
corto, ese hablar aniñado, pasáis por inocentes y convertís en gracia vuestros
defectos mismos. Pero, no hablemos más de esta materia, que me ha hecho perder
la razón... Digo sólo que de hoy en adelante no habrá más casamientos; los que
ya están casados (exceptuando uno) permanecerán así; los otros se quedarán
solteros... Vete al convento, vete.
Escena V
OFELIA sola
Ofelia: ¡Oh!
¡Qué trastorno ha padecido esa alma generosa! La penetración del cortesano, la
lengua del sabio, la espada del guerrero, la esperanza y delicias del estado,
el espejo de la cultura, el modelo de la gentileza, que estudian los más
advertidos: todo, todo se ha aniquilado. Y yo, la más desconsolada e infeliz de
las mujeres, que gusté algún día la miel de sus promesas suaves, veo ahora
aquel noble y sublime entendimiento desacordado, como la campana sonora que se
hiende. Aquella incomparable presencia, aquel semblante de florida juventud
alterado con el frenesí. ¡Oh! ¡Cuánta, cuánta es mi desdicha, de haber visto lo
que vi, para ver ahora lo que veo!
Escena VI
CLAUDIO, POLONIO, OFELIA
Claudio: ¡Amor!
¡Qué! No van por ese camino sus afectos, ni en lo que ha dicho; aunque algo
falto de orden, hay nada que parezca locura. Alguna idea tiene en el ánimo que
cubre y fomenta su melancolía, y recelo que ha de ser un mal el fruto que
produzca; a fin de prevenirlo, he resuelto que salga prontamente para
Inglaterra, a pedir en mi nombre los atrasados tributos. Acaso el mar y los
países diferentes podrán con la variedad de objetos alejar esta pasión que le
ocupa, sea la que fuere, sobre la cual su imaginación sin cesar golpea. ¿Qué te
parece?
Polonio: Que
así es lo mejor. Pero yo creo, no obstante, que el origen y principio de su
aflicción provengan de un amor mal correspondido. Tú, Ofelia, no hay para qué
nos cuentes lo que te ha dicho el Príncipe, que todo lo hemos oído.
Escena VII
CLAUDIO, POLONIO
Polonio: Haced
lo que os parezca, señor; pero si lo juzgáis a propósito, sería bien que la
Reina retirada a solas con él, luego que se acabe el espectáculo, le inste a
que la manifieste sus penas, hablándole con entera libertad. Yo, si lo
permitís, me pondré en paraje de donde pueda oír toda la conversación. Si no
logra su madre descubrir este arcano, enviadle a Inglaterra, o desterradle a
donde vuestra prudencia os dicte.
Claudio: Así
se hará. La locura de los poderosos debe ser examinada con escrupulosa
atención.
Escena VIII
HAMLET y dos cómicos
Salón del Palacio.
Hamlet: Dirás
este pasaje en la forma que te le he declamado yo: con soltura de lengua, no
con voz desentonada, como lo hacen muchos de nuestros cómicos; más valdría
entonces dar mis versos al pregonero para que los dijese. Ni manotees así,
acuchillando el aire: moderación en todo; puesto que aun en el torrente, la
tempestad, y por mejor decir, el huracán de las pasiones, se debe conservar
aquella templanza que hace suave y elegante la expresión. A mí me desazona en
extremo ver a un hombre, muy cubierta la cabeza con su cabellera, que a fuerza
de gritos estropea los afectos que quiere exprimir, y rompe y desgarra los
oídos del vulgo rudo; que sólo gusta de gesticulaciones insignificantes y de
estrépito. Yo mandaría azotar a un energúmeno de tal especie: Herodes de farsa,
más furioso que el mismo Herodes. Evita, evita este vicio.
Cómico 1º: Así
os lo prometo.
Hamlet: Ni
seas tampoco demasiado frío; tu misma prudencia debe guiarte. La acción debe
corresponder a la palabra, y ésta a la acción, cuidando siempre de no
atropellar la simplicidad de la naturaleza. No hay defecto que más se oponga al
fin de la representación que desde el principio hasta ahora, ha sido y es:
ofrecer a la naturaleza un espejo en que vea la virtud su propia forma, el
vicio su propia imagen, cada nación y cada siglo sus principales caracteres. Si
esta pintura se exagera o se debilita, excitará la risa de los ignorantes; pero
no puede menos de disgustar a los hombres de buena razón, cuya censura debe ser
para vosotros de más peso que la de toda la multitud que llena el teatro. Yo he
visto representar a algunos cómicos, que otros aplaudían con entusiasmo, por no
decir con escándalo; los cuales no tenían acento ni figura de cristianos, ni de
gentiles, ni de hombres; que al verlos hincharse y bramar, no los juzgué de la
especie humana, sino unos simulacros rudos de hombres, hechos por algún mal
aprendiz. Tan inicuamente imitaban la naturaleza.
Cómico 1º: Yo
creo que en nuestra compañía se ha corregido bastante ese defecto.
Hamlet: Corregidle
del todo, y cuidad también que los que hacen de payos no añadan nada a lo que
está escrito en su papel; porque algunos de ellos, para hacer reír a los
oyentes más adustos, empiezan a dar risotadas, cuando el interés del drama
debería ocupar toda la atención. Esto es indigno, y manifiesta demasiado en los
necios que lo practican, el ridículo empeño de lucirlo. Id a preparaos.